martes, 16 de octubre de 2012

EL CADETE CIPITA FANTASMA

EL CADETE CIPITA FANTASMA



De 2 a 4 am, servicio de imaginaria, ¡Tercer turno!, las horas de los sueños más profundos y locos, instancias de hechos sin tiempo, sin espacio, sin historia; anuncios proféticos, sentencias crueles, condenas que la razón reprime pero que la conciencia dicta. ¡Tercer turno !.

¡Despierta Agustín, despierta! - insistía entre susurros el segundo turno, tocándole el hombro, tratando de alertar al cadete para que se vistiese y lo relevara en el siguiente ciclo; éste, entre sueños, lo escuchaba y le contestaba con voz monocorde: ¡ya!, ¡ya!, ¡ya!, jalando más la frazada en un inútil intento por seguir durmiendo.
Luego de muchos esfuerzos, entre bostezos y estiramientos Agustín terminó de vestirse. Se hizo una rápida auto revista notando que su capotín estaba más ajado y viejo que de costumbre; hizo un mohín de fastidio, levantó las manos y se alisó el cabello quedando conforme; por último se ajustó el correaje y palpó la bayoneta; sí, todo estaba en orden. Al verlo de pie, su compañero, vencido por el cansancio y sin despedirse, se alejó y ocupó la parte alta de su camarote, se acomodó y pronunciando frases obscenas se envolvió con la colcha y se sumió en un profundo sueño.

Agustín Avanzó unos pasos y recorrió con la mirada las filas de camarotes que ocupaban la cuadra. Sobre ellos descansaban plácidamente sus compañeros. Curiosas las posiciones que se adoptan al dormir, pensó : unos boca arriba, otros boca abajo, los más de costado, a la derecha, a la izquierda; con las piernas estiradas, otros las recogían asumiendo una posición fetal, llamándole la atención uno de sus colegas que besaba la almohada de rodillas, en una pose que seguramente inspiró a Giovanni Bocaccio en sus inmortales cuentos del Decamerón: Poto levantado y rodilla al catre. El futuro detective sonrió con picardía.

El joven Cadete empezó su servicio recorriendo la cuadra y cubriendo prolijamente con las mantas, con fraterna dedicación, a sus compañeros que se habían destapado exponiéndose al frío intenso del húmedo otoño limeño. Agustín velaba por la placidez del descanso nocturno y la seguridad de los bienes existentes en la cuadra, que tal era la función del servicio de imaginaria.


La noche se presentaba oscura y poco acogedora; el pasadizo estaba iluminado por una mortecina luz que apenas disipaba las sombras en fuga. Los ronquidos monocordes de algunos durmientes terminaron por aletargarlo. Fue a su camarote y se sentó sobre el colchón de su cama dormitando con la cabeza sostenida entre sus manos; de pronto, escuchó un ruido ligero, no le hizo caso, pero allí nomás otro de mayor intensidad terminó por despertarlo de pleno. Levantó la mirada y vio que la puerta antes cerrada, inexplicablemente se había entornado. Cerca a ella una fantasmagórica silueta avanzó lentamente al interior del dormitorio; se detuvo un instante y sorpresivamente le dio la espalda en un giro inesperado y salió. La puerta se cerró abruptamente.

Agustín se puso de pie e instintivamente llevó su mano derecha al puño de la bayoneta, apuró el paso para salir rápidamente de la habitación esperando alcanzar al visitante nocturno para aclarar las razones de su ingreso al dormitorio. Cuando abrió la puerta una densa e inusual neblina ocupaba el pasillo y un olor desagradable parecido al de violetas marchitas afectó su olfato. Observó que el esquivo visitante se dirigía hacia el casino, al otro lado del largo corredor. Con dificultad, por la poca cantidad de luz existente en esa parte del edificio, vio que el aparecido seguía su marcha, aunque en realidad no parecía caminar, más bien se suspendía impulsado por una corriente de aire imperceptible.

¡Cadete!, ¡cadete!, repetía tratando de llamar la atención del intruso; al ver que no le hacía caso aceleró el paso para alcanzarlo. El supuesto cadete se detuvo unos instantes frente a la puerta del casino e ingresó. Apolo casi lo alcanzaba y ya estaba muy cerca de él pero aún así no pudo distinguir sus características; éstas eran indefinidas y brumosas. Se sobrecogió al percibir un intenso y vomitivo olor a azufre que el huidizo personaje dejaba tras su rastro.

Tomó la manija de la puerta y la abrió lentamente; pensando encontrarse cara a cara con el advenedizo dada la corta distancia que los separaba. Ingresó y miró el interior del enorme recinto sospechosamente entre penumbras; dirigió la mirada de un lado y al otro y pudo constatar que sólo él ocupaba físicamente ese ambiente. Se adentró al amplio salón recorriéndolo de un lado al otro. Al acercarse a las mesas de billar observó que una mano se deslizaba despacio, muy despacio, sobre la pulida superficie de una de sus bandas. Apuró el paso para sorprender al intruso, bordeó el mueble con rapidez para alcanzarlo, pero no había nadie. Como un alucinado recorrió con la vista las demás mesas y los pocos muebles que ocupaban la estancia. ¡El supuesto cadete había desaparecido !. En ese momento recordó la vieja historia del Cadete fantasma que inquietaba el ánimo de los alumnos cuando les era contada por sus instructores. El estupor y un repentino escalofrío lo aprisionaron. Su mente se obnubiló y tuvo que apoyarse en el brazo de un sofá para no caer. Se dirigió con pasos indecisos hacia la puerta y en el momento que avanzaba sus pies se trabaron en una prenda de vestir que había sido abandonada sobre el piso; en el lugar donde había visto la mano del desaparecido. Inconscientemente la levantó y la llevó consigo. Alcanzó la puerta que se encontraba entreabierta, la traspuso y la cerró suavemente. Volvió a su cuadra. Ya no pudo dormir.

Al día siguiente, entregó la prenda a su instructor, contándole el lugar y las circunstancias de su hallazgo. Éste tomó la cotona y la revisó. En el borde interno de la cintura estaba la etiqueta cosida con los datos de identificación de su dueño, entre ellos el número de serie que le correspondía en el padrón de Cadetes. Juntos fueron a la oficina de personal de la Escuela de Oficiales y allí pudieron comprobar que la vestimenta le correspondía al Cadete del segundo año Juan Saritama Aguirre.

- Entonces mi Capitán, ya sabemos quién es el cadete que anoche deambulaba por mi cuadra y el casino perturbando el sueño de mis compañeros – dijo Agustín, satisfecho y más calmado por la información recibida.

Un desconcertado Oficial le contestó.

- Sí, ya sabemos a quién le pertenece la prenda, sólo que éste cadete ya no forma parte del batallón.

- ¿ Y entonces, dónde está? - Le pregunto Agustín con curiosidad. El Oficial balbuceando le respondió :

- El Cadete Juan Saritama Aguirre ya no está entre nosotros.

- ¿Está de comisión? ¿demorará en regresar? ¿ por qué dejó su chaqueta en el casino? -Le inquirió Agustín, ansioso por saber el paradero del cadete.

El capitán palideció y con palabras entrecortadas le respondió:

- Ese joven, hace diez años, un día como ayer, se suicidó en el Casino de Cadetes, justo en el lugar donde usted encontró su Chaqueta.

FIN

Ch. 14.10.12

CORVINO

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